DEL TALENTO

Rubén Darío Salazar*

DEL TALENTO, LA PRESUNCIÓN, LA INCONFORMIDAD Y EL TIEMPO EN EL OFICIO TITIRITERO

Rubén Darío Salazar*

   Talento, como sinónimo de capacidad o de aptitud es una de las palabras que más he escuchado apenas comencé mi recorrido por las tablas y los retablos. Ha sido un vocablo generador de polémicas y aspiraciones individuales; pero esta es una idoneidad con la que se nace, aunque se pueden sacar buenos frutos de la constancia, la perseverancia y la obstinación. Yo agregaría otra palabra al argot del titiritero profesional: tiempo. Todo lo que uno imagina y erige sobre el retablo, está en constante evolución. Ningún ensayo es igual a otro, ni ninguna función y eso es lo maravilloso, humano y también lo divino de ser titiritero. Uno aprende que el tiempo de crear no se restringe a las ocho horas laborales sino que dura siempre, cada momento es propicio para inventar un gesto, una acción del muñeco indomable, una solución escénica que se ha resistido día tras día.

     Lo que se cosecha con los años desde esta profesión es algo similar al vino asentado. Quien haya visto trabajar al maestro ruso Serguei Obraztsov en su Concierto solo, o al marionetista alemán Albrecht Roser con su payaso Gustav sabe bien de lo que hablo. Lo mismo puede decirse del encanto escénico del australiano Richard Bradshaw, haciendo su teatro de sombras, o del cubano Armando Morales interpretando su particular versión del texto de Javier Villafañe El panadero y el Diablo. Ellos sabían y saben el valor de sus años en el fuego, fueron fieles a sus intereses artísticos, a ellos se consagraron, y lo intentaron todo desde la dramaturgia, la música, el diseño, la dirección o la actuación con títeres, sin falsas modestias, pero tampoco con engreimientos inútiles.

     Saber mirar hacia el pasado construido por los grandes maestros, y hacia el futuro, con optimismo y curiosidad, como de seguro también lo hicieron ellos, es aprovechar las vivencias de quienes lograron dignificar la profesión dando todo de sí. Advertir la huella imperecedera de los que ya no están nos puede ayudar a conseguir una técnica propia, cuyo desarrollo se nutrirá de la continuidad y de la herencia asumida, no de modas pasajeras o momentáneas, ni de estéticas foráneas exitosas, extrañas a nuestra realidad sociocultural.

     Presunción, como equivalente a pedantería o vanidad es otra de las palabras que he escuchado y vuelto a escuchar, y sinceramente, siento que es una de las voces más ajenas al oficio titeril. Si algo es inseparable de la titiritería es la ironía, la sátira, la irreverencia. Tomarnos mucho en serio es una tontería que el muñeco desdramatiza y torna burlesco. La notoriedad y el triunfo son algo tan volátil y efímero como el teatro mismo. En la actualidad puede ser, incluso fruto de una construcción mediática. la presunción impide considerar las creaciones ajenas, aunque sean interesantes, ya sean tradicionales o de vanguardia, popular o académica, u ofrecida desde la sala teatral, una galería, sala de concierto o cinematográfica, o la propia calle.

     Inconformidad cierra la trilogía de palabras escuchadas en estos más de treinta años de profesión titiritera. En este ser o no ser del oficio de los retablos la complacencia suena a estanco, a coto cerrado a la creatividad. Cada encuentro con la magia del teatro de títeres debe ser siempre como si fuera la primera vez. Igualmente ha de ser con el flujo de imágenes que vienen a nuestra mente. Cada pensamiento se volverá mejor a medida que nos exijamos más. En el teatro de figuras la creación es emoción, juego infinito, acto de fe, amor hacia una profesión de historia tan añeja como hermosa, tan atractiva como colmada de misterio.

Desde que ligué mi vida, en 1987, al teatro de títeres profesional, he sostenido con él una relación intensa, como todas las relaciones verdaderamente activas, con zonas peliagudas y espacios para la satisfacción y la felicidad. Muchos hacedores del género mezclan sus recuerdos y experiencias a una vida bohemia, errante y despreocupada, pero no puedo yo decir lo mismo. Nunca he ido errabundo con mi arte por los caminos de la Isla ni del mundo. Cada andanza titiritera, ya sea desde Teatro Papalote o desde mi Teatro de Las Estaciones, ha estado organizada y pensada con minuciosidad. No niego con esto las lindezas de andar libremente, viviendo de la gorra y la bondad de las personas, pero nuestros modos titeriles en Cuba adquieren una responsabilidad que une disfrute con disciplina laboral, por lo tanto se necesita de toda la conciencia para crear.

Foto: Cortesía del autor.

Rubén Darío Salazar

Cuba, director general y artístico Teatro de Las Estaciones. Master en dirección escénica del Instituto Superior de Arte de La Habana. Fundador del Teatro de Las Estaciones en 1994. Director artístico del Festitaller Internacional de Títeres de Matanzas (Festitim) y director de la Unidad Docente Carucha Camejo de Nivel Medio Superior en la especialidad de teatro de títeres.